Planeta Capital

Susurros desde la curva de la muerte

Cuando el amor no muere… mata

I. El despertar de una mentira

Esteban abrió los ojos con una sonrisa serena. Era la mañana siguiente a su boda. El aroma del café recién hecho inundaba la casa y en su mente solo había una palabra: amor. Se movía entre la cocina y el comedor con una energía que rozaba la obsesión. La bandeja del desayuno lucía perfecta: pan de yuca caliente, frutas frescas, jugo de naranjilla, huevos revueltos con queso manaba, y un ramo de azucenas blancas. Daniela las adoraba. O eso creía.

Subió con la bandeja en mano, tarareando una canción que bailaron juntos la noche anterior. Pero al empujar la puerta, un cristal invisible se rompió frente a sus ojos. Daniela estaba sentada en la esquina de la cama, inmóvil, mirando por la ventana. Un frío glacial le recorrió la espalda. Todo se detuvo. Esteban parpadeó… y su mundo se resquebrajó.

Frente a la cama, vio su propio cuerpo ensangrentado. Un fuerte impacto en la cabeza, una quebrada… su auto. Su mente, aún aferrada a los sueños, intentó rebelarse. Vio los recuerdos desfilar: la propuesta de matrimonio bajo las estrellas de Baños, las risas, los viajes, la esperanza. Pero no vio la boda. Nunca ocurrió.

La escena cambió con un destello: el kilómetro maldito en la curva de la muerte, dirección a Papallacta. Un anillo en el bolsillo, y una ilusión rota. El amor lo había matado… o mejor dicho, lo había condenado.

II. Sombras en la ciudad

Quito respiraba oscuridad esa noche. Las calles empedradas del Centro Histórico estaban cubiertas de una niebla tan espesa que parecía sólida. Daniela, ahora de 30 años, conducía un programa radial nocturno desde un estudio en el antiguo Hospital Militar. A su lado, un silencio inquietante. Años habían pasado desde la muerte de Esteban, pero su sombra aún la perseguía.

En los reflejos de los monitores, en los cristales empañados, veía su rostro. A veces hablaba en sueños con ella. Otras, le enviaba mensajes desde números imposibles. Pero todo se agudizó desde que conoció a Sofy.

Sofy era una asesora política inteligente y misteriosa. Se habían conocido en una entrevista para el programa de noticias, pero el destino tenía otros planes. Daniela, confundida por años de dolor, encontró en Sofy un faro. Juntas crearon el pódcast Ecos del Abismo, en el que exploraban mitos y leyendas del Ecuador. La pasión profesional se tornó afectiva, luego íntima. Y finalmente, inevitable.

Daniela comenzó a amarla. Pero lo que nunca imaginó fue que Esteban la seguía  amando. 

III. Voces que no dejan ir

Mientras viajaban por el país grabando episodios, sucesos inexplicables comenzaron a tejer una red de horror. En la Casa del Alabado, una voz infantil se coló en una grabación:
—“Ustedes no deberían estar aquí…”

En Cuicocha, Daniela caminó dormida hacia la laguna y murmuró en un idioma precolombino:
—“Yo ya me fui… pero tú aún estás aquí.”

En Zaruma, encontraron una fotografía en el celular de Daniela: ella dormía, y detrás, una figura sin rostro. No llevaban cámara. Y sus uñas estaban llenas de tierra.

En Vilcabamba, una advertencia quedó grabada para siempre:
—“Si alguien las observa… no miren por la ventana.”

Elisa, amiga de Sofy, no obedeció. Desde entonces, algo la siguió hasta Quito. Fue ella quien, en la última grabación en Cumbayá, dijo con una voz que no era suya:
—“No fue Sofy… Fuiste tú quien lo llamó.”

IV. El retorno del condenado

En una emisión no publicada, grabada en el Convento de San Francisco, la presencia de Esteban se materializó. Con el cuerpo de Elisa como receptáculo, intentó apoderarse de ambas. Sofy, desesperada, gritó:
—“¡Nuestro amor es más fuerte que tu odio!”

Y, guiada por textos ancestrales recopilados en sus investigaciones, recitó un ritual. El cuerpo de Elisa convulsionó. Esteban gritó, una voz que desgarró las paredes de piedra. Su esencia se disipó en humo… pero no del todo.

Al día siguiente, la ciudad amaneció en calma. Las mujeres, abrazadas, decidieron seguir adelante. Se casaron en una playa de Manabí, frente a un atardecer que parecía eterno. El dolor cedió, el amor floreció. Por un tiempo.

V. El final nunca llega

Años después, con el pódcast transformado en fenómeno mundial, Daniela recibía un sinfín de mensajes. Pero uno sobresalió. Una nota de voz sin remitente. Al reproducirla, solo escuchó una respiración… y luego:

—“Gracias por invitarme a tu nueva historia.”

Una risa familiar. El eco de Esteban. Su esencia no había desaparecido. Solo estaba esperando.

Y en cada capítulo nuevo, en cada palabra que Daniela escribía, sentía que él estaba más cerca.

VI. Un amor más allá del umbral

Daniela desapareció en Gualaceo. Sofy, desesperada, recorrió parroquias, lagunas, caminos y portales abandonados. Nadie sabía nada. Solo una anciana le dijo:
—“A veces, los muertos no se llevan cuerpos… se llevan recuerdos.”

Pero Sofy no se rindió. Con la fuerza de su amor y guiada por antiguas grabaciones, regresó al sitio donde Esteban murió. Bajo una lluvia silenciosa, encendió su vieja grabadora.
—“Si aún me escuchas… no quiero pelear. Pero ella no te pertenece.”

El viento se detuvo. Y  entre la neblina, apareció Daniela: descalza, confundida… pero viva.
Sofy corrió hacia ella. Se abrazaron como si el mundo hubiera colapsado y ellas fueran lo único real.
—“Lo vi, Sofy. Me llevó al límite… pero recordarte fue mi faro.”

El espíritu de Esteban, ahora una sombra al borde de la carretera, las observó por última vez. No dijo nada. No intentó llevársela de nuevo. Sabía que ya no podía separarlas. El amor de ellas era más fuerte que la muerte, el rencor… y su propia condena.

Regresaron a Quito. En el primer programa después de todo, abrieron con una frase sencilla:

“Volvimos… y no estamos solas. Las sombras también saben amar.”

Desde entonces, en cada capítulo, entre las voces del viento y los ecos de ultratumba, una presencia las acompaña. Pero ya no tienen miedo. Porque Daniela y Sofy aprendieron que, mientras se tengan la una a la otra, ningún espectro puede quebrarlas.

Dos corazones por un solo latido…

La carta de un cadáver: un amor sin retorno

Creíste que su historia había terminado… pero Esteban escondió una carta, y no precisamente de amor. Lo que revela… no pertenece a este mundo. Haz clic y mira el video